"Sin nombre" de Cary Joji Fukunaga
You can read this text translated into english at: Sin nombre
Supongo que de todas las veces que he escrito alguna reseña sobre alguna película el tema del entorno ha surgido con anterioridad. Hay que reconocer que lo que rodea a las personas acaba condicionando su vida, de una forma profunda o superficial pero siempre acaba marcando a la persona, no es lo mismo criarse en un contexto relativamente normal, como hacerlo en uno envuelto de violencia. Este es el soporte que utiliza Fukunaga en su ópera prima, la violencia y por extensión el mundo de las “maras” pandillas de jóvenes sin futuro que intentan forjarse uno amparados en el terror.
Tampoco debemos pensar que la película se recrea demasiado en este submundo que campa a sus anchas en Centroamérica y Méjico, compuesto fundamentalmente por delincuentes deportados por EEUU a sus países de origen. El realizador nos muestra lo necesario de este ecosistema para que tengamos una mejor compresión de la historia, lo que realmente importa es la relación que surje entre los protagonistas Sayra (Paulina Gaitan) y “Casper” (Édgar Flores), dos personas con orígenes muy distintos pero que por distintas circunstancias acaban intentando conseguir lo mismo.
El formato del trabajo si se me permite yo lo definiría de rail-movie (en lugar de road movie), ya que gran parte de la historia transcurre en el techo de un tren que lleva a un nutrido grupo a la esperanza de cruzar la frontera con los EEUU para tratar de mejorar sus vidas para siempre. El largo recorrido sobre los railes, da tiempo para que surja la amistad entre ambos adolescentes, no definiría como que surje el amor, quizás otros si, pero yo definiría la relación entre ambos como una especie de complicidad en la que uno intenta salva al otro y viceversa.
En realidad asistmos al drama de la coexistencia de ambos, en un lugar en el que ya no se tienen más que uno al otro, todo lo demás no importa, incluso hay cierta magia en algunos momentos donde se dan cuenta que probablemente sus vidas hubieran sido totalmente distintas de haberse conocido antes. Pero este planteamiento es realmente imposible, ambos están donde la vida les ha situado de una forma o de otra, aunque sus pretensiones sean practicamente las mismas.
Tampoco debemos pensar que la película se recrea demasiado en este submundo que campa a sus anchas en Centroamérica y Méjico, compuesto fundamentalmente por delincuentes deportados por EEUU a sus países de origen. El realizador nos muestra lo necesario de este ecosistema para que tengamos una mejor compresión de la historia, lo que realmente importa es la relación que surje entre los protagonistas Sayra (Paulina Gaitan) y “Casper” (Édgar Flores), dos personas con orígenes muy distintos pero que por distintas circunstancias acaban intentando conseguir lo mismo.
El formato del trabajo si se me permite yo lo definiría de rail-movie (en lugar de road movie), ya que gran parte de la historia transcurre en el techo de un tren que lleva a un nutrido grupo a la esperanza de cruzar la frontera con los EEUU para tratar de mejorar sus vidas para siempre. El largo recorrido sobre los railes, da tiempo para que surja la amistad entre ambos adolescentes, no definiría como que surje el amor, quizás otros si, pero yo definiría la relación entre ambos como una especie de complicidad en la que uno intenta salva al otro y viceversa.
En realidad asistmos al drama de la coexistencia de ambos, en un lugar en el que ya no se tienen más que uno al otro, todo lo demás no importa, incluso hay cierta magia en algunos momentos donde se dan cuenta que probablemente sus vidas hubieran sido totalmente distintas de haberse conocido antes. Pero este planteamiento es realmente imposible, ambos están donde la vida les ha situado de una forma o de otra, aunque sus pretensiones sean practicamente las mismas.
La película no tiene concesiones, no es mojigata, la vida y la realidad son así de crudas en muchas ocasiones y no se nos pretende enmascarar lo que ocurre. En ocasiones no se puede estar el tiempo que uno quiere con los seres queridos o al menos el que a uno le gustaría. También sabemos que la vida no regala nada, te puede hacer un préstamo, pero al final acaba cobrando y como en muchos otros ejemplos dentro del cine, el que la hace la paga. El individuo pierde su identidad ante lo que realmente representa el grupo, hallándose este último siempre por encima.
El resultado global es bastante agradable, acabamos adentrándonos en el terreno que nos propone el director, de la mano de una buena dirección y sobre todo de una gran calidad en la fotografía, ambos apartados premiados en Sundance. Este detalle me hace reflexionar si a veces el cine indie, el habitual en este festival, goce de mucha mayor originalidad que el realmente comercial y por tanto merezca mucho más la pena nuestra atención para que no ses pasen trabajos como el que ahora nos ha ocupado.
TRONCHA
1 comentario:
Muchas Gracias por la visita!
Ya los he agregado a mi blogroll.
Saludos!
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