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lunes, 22 de noviembre de 2010

"Los cuatrocientos golpes" de François Truffaut

Si uno echa la mirada atrás después de unos cuantos años y consigue ver su infancia o retazos de cómo se desarrolló esta. Se acaba dando cuenta que la perspectiva de la vida ha cambiado un montón, el prisma con el que veiamos el mundo en aquella época no tiene nada que ver con el de ahora. Incluso muchos nos hemos convertido en padres y estamos en el lado justo contrario, el del enemigo de nuestras correrías infantiles.

Lo primero que pensé nada más acabar el film fue el porque de su título. No tenía excesivo sentido después de haber disfrutado de la historia, pero poniendo algo de intención uno se entera. Resulta que Los cuatrocientos golpes es una expresión francesa que se utiliza para cuando alguien es muy inquieto y no para de hacer travesuras, suele ser utilizada para niños o adolescentes. En este caso si que encajaba a la perfección.

Antoine (Jean-Pierre Léaud) es el protagonista y soporte vital de la historia, sus andanzas durante la infancia sirven para mostrar el particular mundo de este personaje. Un mundo muy distinto al de sus coetáneos, un universo visto desde una edad temprana en la que cualquier cosa puede parecer insignificante y justamente todo lo contrario. Un mar de vicisitudes en el que Antoine navega como puede, capeando el temporal de sus mayores para en definitiva hacerle un incomprendido.

El no pretende ni más ni menos que los demás, lo que ocurre es que su manera de conseguir sus propósitos no es del todo aprobada por la sociedad que le toca vivir. Un entorno que el director castiga en su narración, unos padres que viven alejados de su hijo en cuanto al aspecto de la comprensión. Un hábitat lleno de hipocresía en el que la única lucidez que encuentra el niño es la de su padre Julien (Albert Rémy) el que a la postre condenará sus actos y tomará una trágica decisión para desvincularse definitivamente de su propio hijo.

En todo este cosmos, tampoco queda indemne el sistema educativo, recibiendo un varapalo considerable. Cuando alguno de sus elementos rompe las normas dictadas y decide avanzar de manera positiva, es castigado por tal osadía, para que acabe regresando al redil. Sirva de ejemplo el que nuestro protagonista sea seguidor de Honoré Balzac y esto en definitiva le traiga más problemas que ventajas.

Para concluir indicar que estamos ante una de las primeras incursiones del cineasta francés en el cine con una obra cien por cien Truffaut. Que quizás tenga ciertos tientes autobiográficos, pero que nos describe con gran esmero los acaecimientos de Antoine. Un pequeño enfant terrible que casi se ve avocado sin remisión a la suerte, que incluso ni logrando su deseo como ocurre al final del film, llega a alcanzar la plena felicidad.

TRONCHA

martes, 16 de noviembre de 2010

"Déjame entrar" de Tomas Alfredson

Cuando acabé de ver esta película y comencé a reposarla se me venía continuamente a la cabeza el personaje de Henry (Michael Rooker) en la película de John McNaughton, Henry, retrato de un asesino. El aspecto que supongo que hacia que relacionara una y otra es la cotidianeidad que se le da a la historia, el que nos encontremos delante de dos monstruos y aparentemente sean de lo más normal.

Sobra decir que el mundo de los vampiros ha sido llevado una y mil veces al cine, y por supuesto las que nos quedan todavía. Ya sea en su vertiente más romántica, como en su vertiente más terrorífica, por eso “Déjame entrar” supone cierto aire fresco dentro de este subgénero tan explotado. Su planteamiento es del todo original, aunque cuente con muchos de los arquetipos propios de este tipo de historias.

El hecho de que la historia esté contada a través de dos niños, Eli (Lina Leandersson) y Oskar (Kåre Hedebrant) hace que el espectador esté más predispuesto a que la historia cale mejor. Verdaderamente lo que menos atractivo me resulta es la historia de amor entre ambos personajes, está impregnada de cierta ternura, condicionada por la situación de ambos.

Lo que si que me interesa realmente es la manera que tiene el director de contarnos la problemática y el día a día de lo que tiene que soportar un vampiro. Aunque parezcan mentira mis palabras estamos ante un monstruo que tiene sus problemas como todo ser humano. No se crean que conseguir sangre para alimentarse es tarea fácil y sino que se lo digan al lacayo que como todo buen vampiro tiene Eli.

Un vampiro no mata porque sí como lo podría hacer cualquier asesino, lo hace porque lo necesita. No se recrea en la muerte de sus victimas, tan solo significan su subsistencia, no importan altos o bajos, feos o guapos, todos son comida. La naturalidad con la que narra estos temas el film son lo que nos llega a sorprender de este, el que estemos en una película de terror y no nos asustemos en ningún momento y tampoco esto nos sea extraño.

Definitivamente el conjunto me parece bastante atractivo, sin exagerar como algunas opiniones me habían comentado. Porque hay cosas que no encuentran lugar en la película y que se han metido con calzador. Además se les da una importancia que no merecen e incluso en ocasiones hacen que se pierda la concentración, sería el caso del grupo de amigos que está en el bar Sun Palace.

TRONCHA

lunes, 8 de noviembre de 2010

"Milagro en Milán" de Vittorio de Sica

Reconforta bastante encontrarse de nuevo con películas que uno vio hace muchos años, de las que tiene un vago recuerdo de la historia narrada pero que nunca llega a olvidar por su gran calidad. Hace poco escuche en un medio de comunicación, no recuerdo cual, que estudiar el pasado hace que comprendamos el presente mejor. No tengo ninguna duda de esta afirmación de hecho yo mismo intento visionar todo el cine “antiguo” que me es posible y esto me hace entender algunos de los desatinos que se hacen en el presente.

No pretendo descubrir a nadie que Milagro en Milán es una obra maestra del cine italiano. Mi intención más bien es intentar transmitir lo que yo siento cuando veo esa película. Descubriendo aspectos que seguramente ya habrán captado otros y seguro que dejándome muchos en el tintero que no habré sabido apreciar. El caso es que el cine tiene esa peculiaridad, cada uno en su interior puede sentir lo que le de la gana, aunque después sea un hipócrita y no quiera revelar al resto sus emociones.

Nadie debe asombrarse cuando se ponga a visionar este trabajo, porque el maestro de Sica desde el mismo principio de la producción nos desvela claramente lo que nos vamos a encontrar. Justo cuando acaban los títulos de crédito iniciales aparece en pantalla la conocida frase: “Érase una vez”. Esta es la directa y simple fórmula que utiliza el realizador para que el espectador desde el principio piense que está ante un cuento en imágenes.

La parte que resulta más magistral de todo el conjunto son los diez primeros minutos, donde sin apenas diálogos (o intrancesdentes la mayoría de ellos) nos describe perfectamente el personaje de Totó (Francesco Golisano). Un optimista por excelencia, un soñador, repleto de energía que acaba impregnando de esta a todos los que están a su alrededor. Un emprendedor que tan solo quiere el bien de cada uno y por extensión el bien común.

Una persona que no le importa perder ciertas libertades para poder concedérselas al prójimo. Totó es capaz de adaptarse perfectamente a cualquier circunstancia, por muy adversa que esta sea él le sacara el lado positivo. Acaba convirtiéndose en el perfecto mediador de conflictos, al que todos acuden para solventar sus problemas, todo ello conseguido a través de su bondad y rebosante optimismo, siempre alejándose de la violencia.

El director a través de este fantástico personaje parece intentar sacar lo mejor de nosotros mismos, mostrándonos la gran fractura que existe entre las clases altas de la sociedad y la de los miserables que encabeza Totó. Intenta demostrar que el dinero no lo es todo en la vida, que la felicidad por mucho que parezca no viene asociada al vil metal, recuerden que estamos en un cuento, no se me despisten justo ahora.

La composición del resto de personajes es realmente fantástica, el muestrario de pobres que habitan en el improvisado núcleo de chabolas que ellos mismos crean genera un catálogo digno de descubrir. Cada uno tiene sus particulares características, aunque el ser humano sea igual uno a otro cada cual tiene sus peculiaridades y de la mano de Totó iremos descubriendo los deseos y quebraderos de cabeza de cada uno de ellos.

La película en general es una exaltación total de las pequeñas cosas que tiene la vida, ahí es donde más incide la historia. Como lo que para unos es algo habitual para el resto es un completo espectáculo, por ejemplo la escena en la que los mendigos corren tras los rayos de sol para calentarse. Una lección para que acabemos dando la vuelta a lo que parece un problema y acabar convirtiéndolo en un divertimento como por ejemplo la escena del inicio de la película donde se derrama la leche que está cociendo.

Encuadrar este trabajo como una obra maestra es algo realmente obvio. Está llena de elementos con cierto grado de innovación o al menos así me lo parece para estar en al década de los cincuenta. No carece de efectos especiales, algo que en aquellos años estaba más bien destinado a cierto género de cine, situándonos en dicho momento histórico estos son más que aceptables y por supuesto ayudan a crear esa fantasía que el director nos quiere transmitir.

Como anécdota, detalle no sabría bien como definirlo dejar reflejadas en estas líneas la importancia que se le da al mundo de las matemáticas en los diálogos. Muchas veces contribuyen a ese tono cómico fantástico que tiene la producción, pero no se engañen con esa sonrisa que esbozaran mientras la vean. Cuando uno acaba de hacer la digestión se da cuenta que esta ha sido mucho más pesada de lo que en un principio parecía.

TRONCHA