"El silencio de un hombre" de Jean Pierre Melville
“No hay soledad más profunda que la del samurai, salvo un tigre en la selva… tal vez” frase extraída del código del Bushidō, de esta manera tan contundente y rotunda comienza Melville su película, y por supuesto que es todo un acierto para definir todo lo que nos vamos a ir encontrando a medida que avanza la narración es una frase que define perfectamente los hechos.
No se si cuando acabe de escribir esta reseña habré sido lo justo que debo ser, espero que si, pero de todos es sabido mi absoluta devoción por el cineasta parisino, llego a apasionarme tanto antes sus filmaciones que acabo embelesándome, todo se me hace destacable, y si luego lo analizo fríamente me doy cuenta que quizás no es para tanto, pero un simple giro de llave, el cerrar una ventana, abrir un grifo terminaba acaparando toda mi atención cuando son elementos constantes de nuestra vida cotidiana, estos usos habituales pasados por el tamiz de Melville se vuelven en extraordinarios.
Por supuesto que todo esto tiene su explicación, ya que en sus filmes logra imprimir un clímax en que lo más sencillo y común cobra mucha relevancia, todo dentro de un tempo continuo a través de toda la película prácticamente sin altibajos, ni siquiera lo altera en el momento en que hay algún disparo, en este aspecto me recuerda a Ordet (1955) la joya de C.T. Dreyer, por supuesto con la distancia que hay entre una y otra.
Jeff Costello (Alain Delon), es el absoluto protagonista del largometraje, todo la responsabilidad recae en sus espaldas, su aparición es prácticamente constante en todas las escenas y si no está presente de forma física, el encuadre seguro que está relacionado con él, acaba convirtiéndose en una obsesiva presencia, dando la sensación de que no nos vamos a librar de él hasta que por supuesto así lo desee por su parte.
El manejo de la cámara me parece increíble, tanto en exteriores como interiores, ubicándola en un punto donde sea capaz de concentrar toda la acción y como claro ejemplo de esto podríamos tomar la escena en la que el superintendente de la policía (François Périer) está interrogando a los testigos y sospechosos en la comisaría, con ese continuo abrir y cerrar de puertas, recorre diversas estancias y desde el mismo punto podemos observar sin ningún problema como discurre la acción sin ningún problema. O esos maravillosos planos lejanos donde al fondo vemos un coche o una persona que acabará encuadrándose él o ello solo, convirtiéndolo en un primer plano sin mover un ápice la cámara.
Un aspecto muy destacable de esta realización y de muchas otras, es el trato excepcional que profesa al cuerpo de policía, no es algo muy habitual en muchos cineastas, sin embargo el realizador francés nos demuestra que no tiene porque estar reñida la astucia del asesino con la perspicacia policial, convirtiéndolo es una especie de duelo sin cuartel en el que a veces no llegamos a decidirnos por cual de las partes hace mejor su labor, eso si, no hay que olvidar que en su cine el que la hace la paga, tarde o temprano.
La escasez de diálogos no supone ningún problema para la comprensión del trabajo final, ni siquiera para involucrarnos en la trama, a veces tenemos la sensación de ser un personaje más de la película, viendo a sujetos de una factura impecable, exquisitamente vestidos y de una elegancia excelsa, dándonos una lección de cómo colocarse un sombrero o el estilo con el que hay que llevar una gabardina, quien de ustedes no quiere ser igual que Jeff Costello cuando concluye la película.
No se si cuando acabe de escribir esta reseña habré sido lo justo que debo ser, espero que si, pero de todos es sabido mi absoluta devoción por el cineasta parisino, llego a apasionarme tanto antes sus filmaciones que acabo embelesándome, todo se me hace destacable, y si luego lo analizo fríamente me doy cuenta que quizás no es para tanto, pero un simple giro de llave, el cerrar una ventana, abrir un grifo terminaba acaparando toda mi atención cuando son elementos constantes de nuestra vida cotidiana, estos usos habituales pasados por el tamiz de Melville se vuelven en extraordinarios.
Por supuesto que todo esto tiene su explicación, ya que en sus filmes logra imprimir un clímax en que lo más sencillo y común cobra mucha relevancia, todo dentro de un tempo continuo a través de toda la película prácticamente sin altibajos, ni siquiera lo altera en el momento en que hay algún disparo, en este aspecto me recuerda a Ordet (1955) la joya de C.T. Dreyer, por supuesto con la distancia que hay entre una y otra.
Jeff Costello (Alain Delon), es el absoluto protagonista del largometraje, todo la responsabilidad recae en sus espaldas, su aparición es prácticamente constante en todas las escenas y si no está presente de forma física, el encuadre seguro que está relacionado con él, acaba convirtiéndose en una obsesiva presencia, dando la sensación de que no nos vamos a librar de él hasta que por supuesto así lo desee por su parte.
El manejo de la cámara me parece increíble, tanto en exteriores como interiores, ubicándola en un punto donde sea capaz de concentrar toda la acción y como claro ejemplo de esto podríamos tomar la escena en la que el superintendente de la policía (François Périer) está interrogando a los testigos y sospechosos en la comisaría, con ese continuo abrir y cerrar de puertas, recorre diversas estancias y desde el mismo punto podemos observar sin ningún problema como discurre la acción sin ningún problema. O esos maravillosos planos lejanos donde al fondo vemos un coche o una persona que acabará encuadrándose él o ello solo, convirtiéndolo en un primer plano sin mover un ápice la cámara.
Un aspecto muy destacable de esta realización y de muchas otras, es el trato excepcional que profesa al cuerpo de policía, no es algo muy habitual en muchos cineastas, sin embargo el realizador francés nos demuestra que no tiene porque estar reñida la astucia del asesino con la perspicacia policial, convirtiéndolo es una especie de duelo sin cuartel en el que a veces no llegamos a decidirnos por cual de las partes hace mejor su labor, eso si, no hay que olvidar que en su cine el que la hace la paga, tarde o temprano.
La escasez de diálogos no supone ningún problema para la comprensión del trabajo final, ni siquiera para involucrarnos en la trama, a veces tenemos la sensación de ser un personaje más de la película, viendo a sujetos de una factura impecable, exquisitamente vestidos y de una elegancia excelsa, dándonos una lección de cómo colocarse un sombrero o el estilo con el que hay que llevar una gabardina, quien de ustedes no quiere ser igual que Jeff Costello cuando concluye la película.
TRONCHA
2 comentarios:
Solo una palabra... ULTRAMITICA
Sin lugar a dudas este film es todo lo grande que mencionas. Una de las joyas más preciosas dentro del policial. Uno de mis films favoritos. Saludos!
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