"El proceso Paradine" de Alfred Hitchcock
La verdad es que ponerse ante una película del maestro del suspense es apostar por un valor seguro, las habrá más o menos divertidas con, menor o mayor calidad pero casi me atrevo a asegurar que todas son entretenidas y buenas, como no podía ocurrir de otra manera “El proceso Paradine” (1947) no podía ser menos, actualmente algunas de estas obras maestras se ven amenazadas por la fiebre de remakes que invade el cine vigente, seguro que saben de sobra a que me refiero.
El uso de la cámara es increíble, hay un derroche impresionante de picados y contrapicados, planos angulares, incluso cenitales, pero todo ello sin distorsionar las formas, sin hacer daño a la vista, con mesura, moviéndola lo justo y necesario sin grandes vaivenes que en otras ocasiones acaban sacándonos de la historia y dejando el protagonista a la máquina cuando realmente quien lo deberían tener son los que se ponen frente a ella como bien ejecuta aquí Hitchcock.
Esta vez vamos a acabar situándonos en el pellejo del abogado Anthony Kane (Gregory Peck) un ilustre de su profesión a quien nadie todavía ha tenido la osadía de derrotar en un juicio, pero lo que no sabe es que hay veces que el enemigo no está dentro de los de tu condición sino donde menos te lo esperas, el primer tempo de la película gira ante la preparación del juicio por parte del jurista o por decirlo de otra manera la preparación de lo que a posteiori seremos testigos.
Mrs Paradine (Alida Valli), acusada de homicidio, es una bellísima mujer y así me consta que le pareció al realizador ya que con ella lo que pretende en todo momento es que acabemos embaucados ante su físico como lo acaba haciendo el letrado protagonista, el personaje traspasa la pantalla e incluso los corazones para apoderarse de ellos, inclusive teniendo relativa certeza de que no es oro todo lo que reluce.
La narración me parece excelsa, vemos como la historia va avanzando poco a poco como cada uno de los personajes va ocupando el lugar que le corresponde, cual es su peso en cada situación y como este va cambiando a medida que todo se desarrolla, inclinando la balanza de uno u otro lado, esta es la maestría del maestro, conseguir tenernos en vilo desde el primer momento hasta el último, incluso hasta hacernos dudar de lo que realmente es evidente, para llegar a un magistral final que deje a todos satisfechos.
Los juegos de luces compaginados con el bestial uso de la cámara le confieren al film una textura única en la que aun destacan mucho más los sentimientos y situaciones de los personajes y sobre todos ellos el de la señora Paradine, que aunque ocupa una especie de segundo falso plano, hace que toda la historia gire en torno a ella, dando pie al autor para mostrarnos una lección de cómo es la vida y como nos acaba tratando por muy altos que estemos en nuestra torre de oro, haciéndonos ver que para nada somos intocables o inaccesibles.
De todo el largometraje se podrían destacar muchos momentos sublimes, desde el típico en el que aparece el orondo director en uno de sus habituales flashes, costumbre que alabo y en la que me he aplicado en otros de sus films para averiguar en que momento aparece, hasta la escena en la que Gregory Peck acude al dormitorio de Mrs Paradine para investigar según sus propias palabras, en el hay un egregio retrato de ella ocupando el cabecero de su tálamo, el cual le persigue independientemente del lugar donde él se ubique de dicha dependencia, incluso era mirada furtiva a la ropa interior de la condenada.
Por supuesto que el instante cumbre de la película es el juicio, sin quererlo nos hemos convertido en un miembro más del jurado, en el que los diálogos van a cobrar un total protagonismo, en el que el director consigue reunir a todos los personajes importantes que han pasado por el film, desnudándoles ante la ley, como si esta estuviera por encima de ellos sin dejar impune a nadie, aunque la que realmente va a dictar sentencia es la ley de la vida y no la de los hombres, en este aspecto concreto destaca el disfrute del juez Jorfield (Charles Laughton) cuando una vez que ha cumplido su deber de impartir justicia parece que se regodea en ello casi de una forma obscura, incluso malévola diría yo.
TRONCHA
El uso de la cámara es increíble, hay un derroche impresionante de picados y contrapicados, planos angulares, incluso cenitales, pero todo ello sin distorsionar las formas, sin hacer daño a la vista, con mesura, moviéndola lo justo y necesario sin grandes vaivenes que en otras ocasiones acaban sacándonos de la historia y dejando el protagonista a la máquina cuando realmente quien lo deberían tener son los que se ponen frente a ella como bien ejecuta aquí Hitchcock.
Esta vez vamos a acabar situándonos en el pellejo del abogado Anthony Kane (Gregory Peck) un ilustre de su profesión a quien nadie todavía ha tenido la osadía de derrotar en un juicio, pero lo que no sabe es que hay veces que el enemigo no está dentro de los de tu condición sino donde menos te lo esperas, el primer tempo de la película gira ante la preparación del juicio por parte del jurista o por decirlo de otra manera la preparación de lo que a posteiori seremos testigos.
Mrs Paradine (Alida Valli), acusada de homicidio, es una bellísima mujer y así me consta que le pareció al realizador ya que con ella lo que pretende en todo momento es que acabemos embaucados ante su físico como lo acaba haciendo el letrado protagonista, el personaje traspasa la pantalla e incluso los corazones para apoderarse de ellos, inclusive teniendo relativa certeza de que no es oro todo lo que reluce.
La narración me parece excelsa, vemos como la historia va avanzando poco a poco como cada uno de los personajes va ocupando el lugar que le corresponde, cual es su peso en cada situación y como este va cambiando a medida que todo se desarrolla, inclinando la balanza de uno u otro lado, esta es la maestría del maestro, conseguir tenernos en vilo desde el primer momento hasta el último, incluso hasta hacernos dudar de lo que realmente es evidente, para llegar a un magistral final que deje a todos satisfechos.
Los juegos de luces compaginados con el bestial uso de la cámara le confieren al film una textura única en la que aun destacan mucho más los sentimientos y situaciones de los personajes y sobre todos ellos el de la señora Paradine, que aunque ocupa una especie de segundo falso plano, hace que toda la historia gire en torno a ella, dando pie al autor para mostrarnos una lección de cómo es la vida y como nos acaba tratando por muy altos que estemos en nuestra torre de oro, haciéndonos ver que para nada somos intocables o inaccesibles.
De todo el largometraje se podrían destacar muchos momentos sublimes, desde el típico en el que aparece el orondo director en uno de sus habituales flashes, costumbre que alabo y en la que me he aplicado en otros de sus films para averiguar en que momento aparece, hasta la escena en la que Gregory Peck acude al dormitorio de Mrs Paradine para investigar según sus propias palabras, en el hay un egregio retrato de ella ocupando el cabecero de su tálamo, el cual le persigue independientemente del lugar donde él se ubique de dicha dependencia, incluso era mirada furtiva a la ropa interior de la condenada.
Por supuesto que el instante cumbre de la película es el juicio, sin quererlo nos hemos convertido en un miembro más del jurado, en el que los diálogos van a cobrar un total protagonismo, en el que el director consigue reunir a todos los personajes importantes que han pasado por el film, desnudándoles ante la ley, como si esta estuviera por encima de ellos sin dejar impune a nadie, aunque la que realmente va a dictar sentencia es la ley de la vida y no la de los hombres, en este aspecto concreto destaca el disfrute del juez Jorfield (Charles Laughton) cuando una vez que ha cumplido su deber de impartir justicia parece que se regodea en ello casi de una forma obscura, incluso malévola diría yo.
TRONCHA
1 comentario:
Excelente película de Hitchcock, que lamentablemente no es tomada demasiado en cuenta en comparación con sus obras "mayores".
Buena reseña,
Saludos!
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