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viernes, 29 de junio de 2007

"El sabor del sake" de Yasuhiro Ozu

Hay elementos que identifican a las cosas de este mundo, dichos elementos siempre acaban recordándonos alguna cosa que los lleva inherentes, es algo tan claro como ocurre con el cine de Ozu, me atrevo a decir que si en alguna ocasión tomáramos una película de él, ya empezada y ni siquiera supiéramos el titulo que estamos viendo, nos daríamos rápidamente cuenta de que estamos ante una obra suya.

Nunca (aunque considero que es una palabra demasiado grande) utilizó la panorámica, ni los fundidos, su cámara no se movía, era la acción y los personajes los que pasaban delante de ella, no sintió nunca esa necesidad de hacerlo para rodar, y por supuesto la característica principal del proceso de filmación del director japonés es la utilización continua del contrapicado, situando la cámara a la altura de los ojos de una persona sentada en un tatami, esto imprime un sello total a todo su cine, haciéndolo personalísimo.

Todo lo que le rodea es peculiar, ya que es un cineasta que abusa de los interiores, no le gustaba rodar en exteriores y si lo hacía estos permanecían lo más desiertos posibles, porque odiaba los mirones, parece ser que era bastante cohibido en cuanto al trato con el resto de personas, al igual que le obsesionaba la construcción de las escenas, ya que las medía y cronometraba hasta el extremo, sin dejar nada al azar, incluso la colocación de los objetos del decorado o los vestidos de los actores, todo esto es algo latente en cualquiera de sus escenas, independientemente de la importancia de la misma.

En esta película en particular nos muestra el contraste entre dos generaciones, incluso podemos pensar que entre dos partes de la historia de Japón, la de los perdedores la de las personas que llegaron a tomar parte activa en la guerra y que todavía siguen preguntándose porque salieron derrotados y la otra es esa nueva juventud, ese auge que esta le impregna para poder despegar como lo hace el propio país a través del creciente desarrollo industrial y económico.

Esta podría ser la lectura del largometraje, pero todo ello contado desde la cotidianeidad, desde el dia a dia, desde el punto de vista de una familia normal y corriente, desde el punto de vista de un viudo, Hirayama (Chishu Ryu) que si se adapta a los tiempos que corren acabará siendo devorado por la soledad, y aun así se da cuenta que no puede mirar atrás y que la vida dicta una ley que el como todos debe cumplir.

La cinta goza de una soberbia madurez, estamos ante el último trabajo de la carrera de Ozu, los personajes van evolucionando de forma tranquila pero contundente a medida que lo hace el film, esa tranquilidad impregna su cine, y todo ello alrededor de esas reuniones a las que tan acostumbrados nos tiene en las que se come y sobre todo se bebe sake, hasta que no se puede más, el brebaje extraído del arroz acaba convirtiéndose en un espectador más de las narraciones de las vidas del grupo de amigos que casi a diario acaban reuniéndose para de alguna manera acabar ahogando sus penas en alcohol.

Gran trabajo para disfrutar de un gran maestro del cine, de uno de esos que siempre, de principio fueron fieles a un estilo de hacer las cosas, que acabo identificándolos y confiriéndoles un carácter muy particular, y que por supuesto acabó haciéndoles un hueco en el olimpo del cine, convirtiéndose para siempre en su eterna morada.

TRONCHA

3 comentarios:

BUDOKAN dijo...

Un maestro de esos que hicieron escuela. Me fascina esa puesta ascética con la que trabajaba. Saludos!

Anónimo dijo...

Ozu sí movía la cámara, poco, pero la movía. Aunque en esta peli y las últimas no.

Anibal dijo...

anónimo: eres tonto