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jueves, 26 de octubre de 2006

En los inicios...

El arma definitiva, la creación suprema. En un mundo olvidado una raza de pequeños seres desarrolló la tecnología para destruir estrellas. A partir de ese momento se dedicaron a probarla. Iban de mundo en mundo, por el mero placer de destruir y acabaron con cientos... miles de civilizaciónes. Sin un porqué, sin piedad. De hecho, estos conceptos les eran desconocidos. sus motivaciones eran otras, tenían como dios al dolor y como diosa a la entropía.

Pasaron eones, fueron mejorando sus armas. Ahora podían destruir una gran porción de una galaxia, depués 10 galaxias completas.

Un día surgió entre ellos un ser especial. Se le consideró un gran pensador y a la larga le vieron como a un profeta. Comenzó a hacerse preguntas a si mismo. Planteó la posibilidad de que debían refinar sus procedimientos. Al destruir algo al azar, era evidente que podían causar algún dolor, pero si analizaban el objetivo de la destrucción sus procedimientos podían multiplicar el dolor causado. La idea era simple, el mal que produciría acabar con una civilización que promulgara el bien sería muy superior al de destruir una que de por si fuera causante del mal.
Evidentemente, al dejar vivir a seres causantes de dolor y matar a seres que produjeran el bien propiciaría que la gran balanza cósmica se inclinara del lado del mal.

Todos lo alabaron y siguieron sus indicaciones (eran un pueblo destructor, pero no eran uno no inteligente). Arrasaron el universo, acabaron con miles de civilizaciones y perdonaron unas pocas, porque sirviendo a sus intereses estas eran causantes de grandes males.

Todo siguió y parecía no tener fin, a no ser el propio fin del universo. Pero, siempre hay un pero...

Llegaron a un bello planeta azul, que giraba en torno a un sol de tipo medio, en uno de los brazos exteriores de una galaxia corriente. Allí había una civilización, comenzaron sus analisis rutinarios sin mucha esperanza. Iba a ser otro planeta a destruir, sin ninguna posibilidad de mejorar el mal supremo. Pasado un tiempo, llegaron los resultados.

La pequeña raza que descubrió como destruir estrellas hace tantisimo tiempo se llevó una enorme sorpresa. No podía ser, ni en sus más altas espectativas creían posible la existencia de algo así. En ese mundo azul, habitaban unos seres que se denominaban a si mismos "humanos" y eran la peor escoria del universo. No era posible, ni uno sólo de sus actos estaba destinado a conseguir el bien, eran en todo sus superiores. Además con proyecciones estadísticas llegaron a ver su evolución. Los seres "humanos" iban a ser los causantes de un dolor muchisimo mayor que el que ellos no siquiera podían soñar. Era algo humillante, además de inevitable.

El profeta dió instrucciones. Primero se alejaron del mundo azul lo suficiente, luego indicó que apuntaran sus cañones destructores sobre sus propias naves. Por último, él en persona, con el equivalente morfológico extraterrestre de una sonrisa en sus labios, apretó el gatillo.
DES

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Me recuerda a la fabula de Espronceda del viejo que recogía hierbas.

"Habrá uno tan pobre y misero como yo, y la respuesta volviéndose hayó, cuando vió que otro viejo recogía las hierbas que el mismo dejó"
......

Dario dijo...

No esta mal, la idea principal engancha bastante, pero te pasas un poco con la humanidad... crueles y egoistas si, pero la peor escória del universo... quiza es demasiado.

De igual manera el final no tiene mucho sentido, porque los extraterrestres, a parte de los humanos, podian causar mucho dolor y si se suicidan quiere decir que ese dolor queda sin hacer ergo la bondad del universo sube.

Entretenido.

des.frankenstein dijo...

Gracias por el comentario Dario, sólo que lo hayas leido me halaga.

Saludos.